Existe un síntoma, un estado, que se convierte por naturaleza en una obsesión. Una obsesión que tiene nombre, “Felicidad” y quizás tenga apellido.
Una obsesión que nos priva, que actúa de manera contraria a lo que su definición según la RAE nos explica. Incluso a veces para mi es errónea.
Yo definiría en la mayoría de los casos la felicidad, como aquello que nos hace perder nuestro tiempo en su búsqueda, engañando a nuestra mente, y riéndose de nosotros porque al final es ella quién nos encuentra.
La felicidad ocupa mucho espacio, como si nuestra mente no tuviera otras cosas que hacer, y queremos y nos obsesionamos con encontrarla, buscarla, tenerla. Y es ella quien nos ha de encontrar, si vivimos buscándola nunca seremos felices, pues la felicidad que tenemos nunca nos conformaremos con ella y siempre querremos más, algo que buscaremos y quizás no vayamos a encontrar.
Nos obsesionamos con ella, nunca somos lo suficientemente felices como para disfrutar, al igual que nunca somos lo suficientemente inteligentes para darnos cuenta de que ya, tenemos la felicidad.
Por, Juan Pablo Pozo
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