Buscando donde atracar, navegaba sin rumbo un alma atenuada.
Horizonte vislumbrado que jamás pareciera acercarse. Quizás allí, se encontraba
esa soga con cabos que mostrase algún destino en ese mapa.
Hacía algún tiempo ya desde que la incesante brújula dejó de
marcar el norte. Ya no indicaba su dirección, permanecía estática, errante,
desdibujada bajo la gota cristalina que ahogaba sus manecillas.
Navegaba cual vilmente pudiera ser bajo las velas
ennegrecidas de papel. Gaviotas parecían susurrarle inverosímilmente mientras
migraban a otro lugar cuál era su camino.
Pero no era ínutil, no encontraba nada. Veía un mapa sin coordenadas, una
brújula ahogada, un horizonte sin lugar que permanecía totalmente desdibujado.
Así pasaban los días y los días, a cubierta, embobado
tontamente con la incandescente luz de una lámpara, con una mentirosa botella
estrangulada con dureza en su mano, entre presente de penas y recuerdos de
glorias.
No sabría cuando llegaría a tierra, quizás dos amaneceres,
tal vez cuatro atardeceres o probablemente estos números sin lógica y
fundamento se multiplicarían en un sino de borrascas y tempestades.
Así se encontraba allí, sólo, rodeado de su mar de lágrimas que solo las
velas de papel podían secar. Allí estaba solo, pasmado esperando un lugar para
su alma y un camino que condujera a la tierra de sus ojos.
Por, Juan Pablo Pozo.
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